Mapamundi de Ptolomeo
La interpretación y representación de la realidad forman parte de las habilidades que el homo sapiens desarrolló hace unos 70.000 años como parte de la llamada revolución cognitiva a la que Yuval Noha Harari se refiere en varias de sus obras. Dibujar unos simples trazos sobre la tierra mojada que representaran unas montañas lejanas o un río vecino es algo que otras especies del género homo jamás habían hecho antes.
La escritura permitió al ser humano plasmar conceptos de forma simbólica para almacenar y transmitir la información. Como sabemos, la necesidad de la representación de conceptos tuvo un origen proto económico o administrativo y esta misma necesidad es aplicable al origen de los mapas, que surgieron casi al mismo tiempo que la escritura, sino antes. Los mapas nacieron así, como modelos manejables de la realidad, para representar los espacios, poder separar las propiedades y establecer los impuestos.
Sin embargo, los albores de la cartografía como técnica no llegaron hasta que Anaximandro (siglo VI a. C.) dibujó la primera carta geográfica del mundo conocido que posiblemente agradaría mucho a los tierraplanistas de hoy en día porque representaba todas las mediciones geográficas registradas hasta la fecha en una esfera o cilindro que flotaba en medio del cosmos.
A partir de Anaximandro, los mapas se convierten en documentos muy preciados y casi imprescindibles. Servían para desplazarse y comerciar por mar y tierra y se perfeccionaban continuamente gracias a las mediciones tomadas en posteriores viajes. Las formas y contornos de los mapas pronto se instalaron en nuestra mente. Desde pequeños, muchos tenemos en la cabeza las formas de nuestros países y podemos establecer en ellos mentalmente la posición de ciudades y lugares. Nos hemos acostumbrado a trabajar con metadatos de la realidad sin darnos cuenta. Son metadatos que a su vez requieren de otros metadatos para ser catalogados y esto supone una gran diferencia con respecto a los materiales textuales.
Hoy los materiales cartográficos ya no nos llaman tanto la atención, sobre todo tras la irrupción de las aplicaciones basadas en GPS y la cartografía digital. La representación de la realidad ya no nos importa tanto; sólo estamos interesados en cómo llegar a los lugares o saber a qué distancia nos encontramos de algún punto concreto.
Pese a todo, las características de muchos mapas antiguos y no tan antiguos los convierten en objetos histórico-artísticos de indudable valor, que pueden ser expuestos como si de obras pictóricas se tratara, incluyendo la firma del cartógrafo. La carta de Juan de la Cosa, que puede admirarse en el Museo Naval de Madrid, es un buen ejemplo de ello. En ella se representa por primera vez el continente americano y, por tanto, muestra un gran cambio en la percepción del mundo por parte del hombre. Es un documento de un valor incalculable que parece una obra abstracta de atractivos colores y en realidad es eso.
Mapa de Juan de la Cosa (Museo Naval de Madrid)
Los mapas nos hablan de la concepción humana del mundo y de su conocimiento a través de la historia. Nos revelan la necesidad atávica del ser humano de trabajar con modelos, al sentirse completamente desbordado por una realidad inmensa que aún hoy no podemos abarcar y que, tal vez, según las palabras de Borges sería inútil de representar:
En aquel Imperio, el arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y los Inviernos.
Borges, J. L. (1967). Del rigor de la Ciencia en J. L. Borges (aut.) Cuentos completos (6ª ed.). Debolsillo
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